No todas las
trayectorias poéticas tienen la misma evolución. Las hay que son inmovilistas
en cuanto a la temática, tratando de profundizar en su lenguaje y estructura,
mientras otras repiten sus modelos armónicos a la vez que experimentan con los
motivos de inspiración.
Ni lo uno ni
lo otro es mejor ni peor, máxime cuando, como está demostrado, existen poetas
consagrados que basan su éxito en el mantener los mismos presupuestos, con la
única condición de conservar a lo largo del tiempo la brillantez de su
discurso.
En el caso de
Lluïsa Lladó, tenemos ocasión de asistir en su segundo poemario,
Elbosqueturquesa, a una evolución notoria en cuanto la temática y a la vez,
aunque en menor medida, en el lenguaje poético que continua siendo original y
sorpresivo.
Como ya decía
María Luisa Mora Alameda en la presentación del primer poemario de Lluïsa,
Azul-lejos, nos hallamos ante un diamante en bruto que de forma autodidacta no
deja de tallarse a sí misma y que, como ya está demostrando, con el paso del
tiempo, nos irá sorprendiendo cada vez más con la valentía de su buen decir.
Y es que
valiente es su lenguaje, que intercala colorido y armonía con giros
surrealistas y radicales contrastes, y valiente es su alternancia temática,
conducente bajo diferentes escenarios y temporalidades al objetivo final de su escritura.
En el caso de
este segundo poemario, la autora nos retrae a épocas pasadas de su existencia,
en las que un bosque turquesa, donde se mezclan los recuerdos y las
ensoñaciones, esconde toda la intimidad de la adolescencia, en la que primero fue
niña, luego hija y luego adolescente temerosa, combativa, apasionada,…
Quedan pues
atrás los contenidos de pasión amorosa y experiencia diaria visceral del primer
libro, para dar paso, ahora, a un ejercicio de introspección donde retoma los
orígenes, en el recuerdo de otros amores primerizos, tiernos como la
inexperiencia de las primeras amistades, así como el reconocimiento de los
ancestros, que en la madurez siempre se nos hacen más entrañables y próximos.
Todo ello
escondido en ese refugio boscoso y turquesa, del que la autora duda salir y en
el cual mantiene la tentación de permanecer. Todo ello complementado por el
colorido que en la evolución ha variado
-pero no excesivamente-, del azul ultramar al turquesa más puro, siempre
bajo la óptica mediterránea que embriaga de colorido marino, el sentimiento y
la inspiración poética de Lluïsa.
Ese mudar
inverso dentro de la experiencia vital, que experimenta la poetisa en su
segunda obra, es lo que junto con su lenguaje tan peculiar, expresivo y
rompedor, hace de este poemario una obra recomendable para los amantes de las
nuevas tendencias contemporáneas.
Norberto García Hernanz
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