Portada del libro |
II.- MI APROXIMACIÓN AL LIBRO
Al poco
de conocer a Amelia, gracias a los milagros que a veces Internet regala, recibí
la versión en PDF del poemario. No puedo precisar si fue antes o después de que
ella supiera que la editorial Los libros
de la frontera iba a publicarlo en su colección de poesía El Bardo actualmente dirigida por Amelia
Romero. Recuerdo, eso sí, que desde su primera lectura tuve la impresión de que
estaba ante un texto cuya esencia era la sinceridad más descarnada, a ratos
casi brutal.
Como la autora anuncia en una breve y emocionante nota preliminar, el
libro la invadió. Repito para que no
pase desapercibido: el libro la invadió,
la invadió… Todos sabemos lo que significa ser invadidos por algo o alguien,
mas no siempre una invasión es una catástrofe. ¿No se dice a veces, estoy
invadido por la felicidad? Cuando el escritor en general, y el poeta en
particular, siente la ‘invasión’ de un libro en su interior, pierde su
autonomía, se convierte en una especie de máquina transcriptora. Es decir, no
tiene opción de no escribir, pues si se niega a hacerlo, todo el magma que arde
en las entrañas, dañará o destruirá su interior. Precisamente a causa de esta
necesidad irrenunciable, la sinceridad es nota esencial del resultado. Se trata
de coherencia, pues ocultar, esconder, siquiera camuflar algo que se lleva
dentro carece de sentido, desvirtuaría el texto.
También comprendí, al leer Tuya es
la voz, que estaba ante una joya de la literatura pensada para decirse con
la naturalidad con la que se habla, sin los engolamientos propios de los
grandes discursos en que las palabras resuenan como truenos, pero no dicen
nada, o casi nada, o tuercen su verdadero sentido.
Para que no se piense que me refiero a cosas extrañas, tomo prestada una
reflexión de Manuel Rivas que se lee en su última novela, Las voces bajas:
«No sabemos bien lo que la literatura es, pero sí que detectamos la boca
de la literatura. Tiene la forma de un rumor. De un murmullo. Puede ser
escandalosa, incontinente, enigmática, malhablada, balbuciente. Yo conocí muy
pronto esa boca. En aquel momento era, ni más ni menos, la boca de mi madre
hablando sola»
Creo que no es casualidad que tanto Manuel Rivas como Amelia Díaz hayan
usado la palabra voz, para ahormar el título de sus obras…
Voz: modo en que nuestro pensamiento cruza el aire para llegar a otro, a
otros. Voz: arcilla inmaterial que funda la palabra como materia prima de la
comunicación. Voz: palabra entrando a través de los oídos y anidando en el
corazón. Voz: instrumento musical perfecto, según afirman quienes más saben.
En el caso de Amelia esta voz del título no es la suya —aunque esto se
matizará más tarde—, sino la de su padre. No estoy descubro nada del libro pues
en la nota preliminar, a la que me he referido, termina con estas palabras:
«Sin embargo, cuando terminé [el libro] sentí la necesidad de reflejar
mi yo. Mi yo desde el otro lado del espejo mirando ya desde la vida, desde la
esperanza, desde la reflexión, el tiempo pasado entre hospicios y hospitales,
descubriendo que sí, que su voz se
quedó. Que habita en mí»
III.- TEMA
Pero esa
voz que, como acabo de señalar, se queda a habitar en la autora ¿qué dice? ¿De
qué habla Tuya es al voz?
Somos, en buena parte, nuestra memoria. Cuando el individuo pierde su
pasado en el olvido, deja de ser quien fue. Su organismo, su aspecto, su gesto
se asemejarán a lo que sus allegados o conocidos recuerden, sin embargo no-será
la persona que fue… Es más, probablemente no será. De esto sabe mucho esta época
que nos ha tocado vivir, pues las enfermedades que afectan a los recuerdos se
han extendido como una moderna plaga. Nadie, por desgracia, es ajeno a la
posibilidad de padecerlas: da lo mismo que el sujeto haya sido catedrático,
labrador o mendigo, intelectual, artesano o mecánico. Pues bien, lo mismo que
sucede con el individuo, acontece con los grupos: familias, pueblos, ciudades,
naciones… Si la especie humana no fuese social —es decir no viviera
colectivamente—, quizá no sucedería de este modo. Pero así somos. Somos
sociales y necesitamos de los otros para ser nosotros mismos, para crecer y
para ayudar al crecimiento general.
Sucede a veces que la necesidad vital del individuo coincide con la del
colectivo. Y ocurre el milagro de que el libro, partiendo de una experiencia
autobiográfica, coincide con la necesidad del grupo. Esto ha sucedido con Tuya es la voz. Antonio Tello lo dice
mejor en el prólogo:
«(…) En Tuya es la voz Amelia
Díaz Benlliure cumple con estas premisas a partir de una historia particular
que proyecta su verdad esencial sobre la comunidad. El libro (…) confronta la
memoria, la realidad de la historia, con sus proyecciones especulares en un
gesto desesperado contra el olvido que hace posible la impunidad»
Este es el meollo del libro: la memoria, mejor dicho, la urgente
necesidad de que el olvido no la destruya, la imperante necesidad de seguir
siendo nosotros mismos desde el recuerdo de lo que fuimos, y lo que fueron
quienes nos precedieron, pues su olvido sería como cercenarnos nuestras raíces.
Habréis observado o sabréis que cuando alguien vive lejos de sus
orígenes hay un tiempo complicado de adaptación. Por muy buenas que sean las
condiciones del lugar donde haya ido, será extranjero: es decir, como una
planta arrancada de la tierra. Pues bien, cuando arrancamos —o nos arrancan— el
pasado, o sea el lugar del que venimos, sufrimos, perdemos las referencias,
casi el equilibrio. Como las plantas, somos seres en busca de luz, pero como
ellas también necesitamos de la tierra para crecer. Somos un proyecto
encaminado hacia el futuro, es verdad, pero sin nuestra memoria, no existirá
sendero por donde avanzar.
Por ello la literatura una vez y otra vuelve al recuerdo —personal y
colectivo—, y realiza un perenne e infatigable ejercicio de memoria. Se trata
de mantener atado junto al corazón, junto al presente, lo que nos explica, lo
que debe ayudarnos a no olvidar. Se trata, además, de una medida preventiva que
evite repetir errores.
Tuya es la voz es el ejercicio y la
necesidad de una gran poeta, que primero es hija, de fijar para siempre
recuerdos esenciales de la figura de su padre articulados en torno a dos
momentos de la biografía paterna que se concretan en dos palabras: el hospicio
donde se crió y el hospital donde murió. Dos palabras que llevan hacia el
dolor, la desolación, la dificultad, el sufrimiento, pero que, al mismo tiempo,
y como señala Amelia, comparten etimología con hospitalario, hospitalidad.
A veces convendría darle la vuelta a los significados de las palabras
para ahondar en su esencia. Hablamos de un hospital, de un hospicio y nos
invaden imágenes tristes o preocupantes… ¿Por qué no pensar que estos
establecimientos sirven para intentar atemperar esa situación? ¿Qué sería de
nosotros sin los hospitales? ¿Qué hubiera sido de tantos seres humanos sin los
hospicios? ¿Qué sería la humanidad sin hospitalidad?
Cuenta Amelia en la nota previa que mientras esas dos palabras
(hospicio, hospital) le rondaban, también recordó que su padre era muy
hospitalario y acaso con las tres se podría explicar su vida. Dice la
contraportada del libro:
Tuya es la voz es la
poesía grito contra la desmemoria, contra el olvido pactado. Es un profundo
anhelo de justicia que ordene el mundo bajo los parámetros de la felicidad y la
belleza.
¿Pero es sólo esto, aunque esto sea tanto?
A mi modo de ver es algo más. O mejor dicho, es el rescate en plenitud
de la memoria, a través de un ejercicio de asumirla en la propia esencia.
Está muy bien y es necesario, como vengo sosteniendo, evitar el olvido;
pero esto se puede hacer de diferentes modos, y el que mejor garantiza el éxito
es lograr que esos recuerdos pasen al circuito de nuestra existencia. Es decir,
la memoria no es sólo archivo o museo o álbum fotográfico: la memoria es la
forma de vivir, el modo en que los recuerdos logran pasar al caudal de nuestro
tiempo.
Tuya es la voz no es sólo un catálogo
de vivencias, de hitos fundamentales para la existencia de la autora y de su
padre. Amelia se enfrenta a esos recuerdos con la misma naturalidad con la que
nos enfrentamos a nuestra imagen en un espejo al levantarnos por la mañana.
Ella no se limita a contar poéticamente tal o cual momento en el hospital o en
el hospicio, sino que pregunta o se deja interpelar, se rebela, admite, llora,
lamenta, desea, propone, proyecta. Por tanto también su voz, la de la poeta,
aparece en este libro.
IV.- ALGUNOS DETALLES FORMALES
Esta
actitud tiene su reflejo en la estructura del poemario.
En sus páginas impares leemos el asunto biográfico relacionado con el
recuerdo de su padre. En las pares, la reacción que tal suceso está produciendo
o produjo en Amelia. Es decir, entraña ese recuerdo, incorporándolo a su forma
de ser.
Y como se trata de dos planos diferentes —aunque ambos repercutan en la
misma persona—, el modo en que se manifiestan es distinto también: dos modos de
escribir poesía, dentro del mismo estilo. Así, los poemas de las páginas pares
son más breves y de un tono más íntimo aún, más misterioso, más reflexivo.
En general la poética de Amelia se caracteriza por poemas breves y
rítmicos, como de inmediato capta el lector y por un lenguaje sobrio en la
forma, pero brillante en la imagen. Como queda apuntado, la poeta afirma que,
junto con la música, las matemáticas y la poesía comparten la capacidad para la
abstracción. En su consecuencia, la poética de Amelia apuesta por la esencia,
lo que le acerca a formas de abstracción. A ver si me explico. El asunto
concreto del que parte el poema —o el poemario— al final es casi invisible,
como el hilo de la cometa. Lo que importa es el modo en que vuela, no el hilo
que la sujeta a su propietario; y sin embargo, sin ese hilo, el artefacto
acabaría por desaparecer, quedando a merced de los vientos o de sus ausencias,
perdido para siempre. Quizá exagere, pero acaso así se podría definir el modo
en que escribe Amelia. Muchas veces el asunto queda casi invisible a la vista
del lector que emprende vuelo en los versos, pero a poco que se reflexione,
enseguida uno atisba nuevamente ese hilo que sujeta su vuelo.
Para Amelia el poema es un conjunto y todo tiene que estar a disposición
del significado, no sólo la semántica de las palabras. En su consecuencia,
también la tipografía ha de estar al servicio del poema. Como comprobamos
cuantos leímos Manual para entender las
distancias (su primer poemario individual), la tipografía es un elemento
más del significado del poema. No se trata sólo de algo más o menos bello, sino
que tiene que reforzar el contenido. Para ello distribuye los poemas en el
espacio de la página como quien piensa la estructura de un escenario, elige el
tamaño de las letras para anunciar su estado de indignación, usa la letra
cursiva para resaltar que leemos su reflexiones más íntimas, tanto que a veces
alcanzan el tono de la oración un tanto despechada con el creador.
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